La millennial que vio Beauty and the Beast

viernes, 31 de marzo de 2017 - Publicado por BabeDeJour en 15:20
No recuerdo el momento en el que vi la versión animada de Disney de La Bella y la Bestia (Beauty and the Beast, 1991). No recuerdo ese momento no porque la película no fuera importante en mi infancia, sino porque no se me ocurre una época en la que no la hubiera visto. Ha sido parte de mi vida desde que tengo memoria.
Con La Sirenita (The Little Mermaid, 1989), Bella y Bestia es la película que más vi durante mi infancia. Había partes del cassette que estaban hechos nada de tantas veces que la vi. La primera canción de la película, con su declamación de querer más que vida provincial, en buena medida moldeó mi forma de ver el mundo desde niña.
Cuando de chiquita jugaba a las princesas, siempre era Bella, y me “disfrazaba” de ella todas las vacaciones, hasta que mi mamá regaló mi vestido amarillo, en un conflicto que veinte años después sigue siendo controversial en mi casa.
En resumen, para mí La Bella y la Bestia es, como para muchas mujeres de mi edad, una de las películas que definió mi infancia. Así que, sí, cuando supe que Disney iba a hacer un remake live action, me emocioné, y más aún cuando quien quedó en el rol fue Emma Watson, la cara más visible de otro de los íconos de mi infancia, Harry Potter. La emoción llegaba al punto de que, si estaba viendo televisión y ponían el tráiler de la película, no dejaba que nadie a mi alrededor dijera una sola palabra.
Honestamente, para que yo no disfrutara ver la versión live action, Disney tenía que cagarla de forma estrepitosa. Y eso no fue lo que pasó.
Fábula ancestral, sueño hecho verdad

Objetivamente, Beauty and the Beast (2017) es una película innecesaria. Es un remake tan fiel que no tiene sentido hacerlo. En cuanto a ambiente, es preciosista casi hasta el punto de la ridiculez. El guión no aporta nada nuevo a la historia, aparte de un par de detalles extra y cubrir por encima un par de agujeros argumentales de la película animada. Aunque no canta mal, la voz de Watson realmente no tiene la potencia para el material intrínsecamente Broadway que escribieron Alan Menken y Howard Ashman, y hay más de una escena en la que, como le ha pasado muchas veces en su carrera, no llega al nivel emocional necesario.
Objetivamente, insisto, la película tiene sus problemas. Pero ¿cómo voy a ser objetiva cuando, después de 25 años, estoy viendo a Bella en carne y hueso, cantando en la pradera francesa? ¿Cómo voy a poder hacer crítica impersonal al oír la voz de Ewan McGregor en el cuerpo de Lumière, a sir Ian McKellen desesperado por el orden en el cuerpo de Dindón, y a la magistral Audra McDonald como el ropero mágico?
El hecho es que, apenas empezaron los primeros acordes de la “Bonjour” (“Belle”) me puse a llorar como una niñita. La vi en inglés, pero se me partió el corazón en mil pedazos cuando me di cuenta de que los subtítulos eran las letras del audio latino de la versión animada, que fue la que vi millones de veces de niña; como recordarán, los VHS no tenían opción de cambiar idiomas.
Me pasé toda la película con los ojos tan abiertos como un personaje de anime, y me deshidraté en llanto durante “Nuestro Huésped” (“Be Our Guest”). También disfruté muchísimo las canciones nuevas, e incluso durante las escenas sin números musicales quedé maravillada como un muchachito en una película de Steven Spielberg.

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La mejor forma que tengo de explicar lo que me sucedió cuando vi Beauty and the Beast es, de hecho, con una escena de otra película de Disney, específicamente de Pixar: casi al final de Ratatouille, el famoso crítico Anton Ego (voz de Peter O’Toole) prueba un plato que, de golpe, lo lleva a su infancia en el campo francés, cuando su madre le cocinaba ese mismo ratatouille.
No pretendo hablar por todas las mujeres millennial, pero para mí, el remake de La Bella y la Bestia se siente exactamente a que te sirvan el mismo plato que te hacía tu mamá cuando estabas enfermo de niño: la técnica es distinta, quizá no se hizo con la misma destreza, pero el sabor es un tren expreso a la infancia.
Una persona objetiva podría verle muchísimos errores técnicos al remake de La Bella y la Bestia. Por acá Rafa, que sabe mucho más de cine que yo, escribió objetivamente de la película, como sin duda puede hacerlo alguien que no sienta a Bella y a los corotos cantarines del castillo como familia.
Pero yo no soy capaz de ser objetiva frente a un material que palpita con el corazón de mi infancia: para mí, Beauty and the Beast de Bill Condon es un botón de autodestrucción. Y como tal, es fiel a su material de origen hasta el punto de la manipulación.
Y, honestamente, si me van a manipular así, llévense mi dinero: si la forma de operar es esta, no puedo esperar a que Disney saque su versión live action de La Sirenita. Especialmente considerando que, junto a Alan Menken, el co-encargado de crear nueva música para la película va a ser Lin-Manuel Miranda.

La dificultad del amor según Judd Apatow

martes, 28 de marzo de 2017 - Publicado por BabeDeJour en 10:53
Judd Apatow es el dueño de tu tele. Probablemente estuvo involucrado en un alto porcentaje de las películas de comedia que has visto en los últimos quince años, veinticinco si sigues el género con lupa. Ya a estas alturas debe ser percepción distorsionada, pero tengo la impresión de que cada vez que veo una película o serie de comedia, en algún lado de los créditos sale el nombre de Apatow.
El tipo estuvo tras cámaras para películas como 40 Year-Old Virgin, Anchorman, Bridesmaids y el debut de Amy Schumer en la gran pantalla, Trainwreck. En televisión también produce Girls, esa especie de sátira de HBO que celebra todo de lo que los baby boomers dicen de los millennials, y más recientemente Crashing, que la tengo como materia pendiente.
El año pasado, como primer gran proyecto con Netflix (también produjo Pee-wee’s Big Holiday), Apatow sacó Love, una serie que co-creó con Lesley Arfin y Paul Rust. Me pasó algo curioso con esta serie: cuando salió y obviamente la vi completa en menos de una semana, nadie hablaba de la serie… pero cuando Netflix sacó la segunda temporada hace un par de semanas, de repente todas las redes sociales estaban llenas de enamorados de Love.
La idea no es llamar poser a nadie ni mucho menos, pero me llama la atención porque aparentemente la serie es lo que en cine llaman un sleeper hit: una película que termina siendo exitosa a través del boca a boca, a pesar de tener poca promoción. Un ejemplo reciente es Ex Machina de Alex Garland, y pareciera ser que a Love le pasó lo mismo.
Hablo de Apatow antes de Love porque los rasgos de su material son muy reconocibles: la comedia de Apatow es incómoda, sus personajes son ansiosos, sus relaciones son rompecabezas con piezas que no terminan de encajar. Son elementos en común en su material, aunque no lo escriba; su propuesta como creador, en todas sus fases posibles, es que las relaciones son difíciles porque cada cabeza es un mundo y cada persona, un universo.
Y por eso los momentos de funcionalidad en Love se sienten un poco milagrosos.
Las relaciones requieren trabajo
En la primera temporada de Love, tanto Mickey (Gillian Jacobs) como Gus (el co-creador Paul Rust) dan un paso hacia encontrarse y luego dos hacia sabotear lo que puede convertirse en una relación. Al final de la temporada, Mickey le confiesa a Gus que está lidiando con problemas de adicción a sustancias y relaciones, y que cree que debe estar sola por un tiempo… a lo que Gus obviamente responde besándola.
En la segunda temporada, los desaciertos continúan. La primera mitad es un poco idílica, como cualquier inicio de relación, hasta que empiezan a aparecer los lados autodestructivos de cada uno: las inseguridades de Gus, las adicciones de Mickey. Una vez la armonía queda coja, el balance entre ellos se siente como un logro extraordinario, y los momentos de conexión son impresionantes en tanto se nota el trabajo que conllevan.
En la primera parte de la temporada, Mickey y Gus están casi completamente solos; la intimidad de estar solos fundamenta mucho de su relación, solo con la roommate de Mickey, Bertie (Claudia O'Doherty), como posible cómplice. Es durante los momentos en que están rodeados de gente que surgen las dudas, los bajones; su relación es una burbuja y tiene la misma estabilidad de una.
No cabe duda de que Mickey y Gus son un desastre en espera, pero cuando funcionan, lo que mejor los describe es el hashtag #RelationshipGoals: sus locuras se complementan. Como espectador, quieres que la relación funcione… pero, si alguno de ellos fuese tu amigo, es muy probable que le dirías que el momento no es este, que necesita tiempo, que va a estrellarse si sigue en este plan.
Para alivio constante, los personajes de ficción no son amigos de uno, así que está bien sentarse cómodamente y ver el desastre potencial y literal de sus vidas.
En paralelo a Mickey y Gus, hay otra relación autodestructiva que se desarrolla durante la segunda temporada de Love: la de Bertie y Randy (Mike Mitchell). Mientras Mickey busca mejorar a través de su relación con Gus, Bertie forma una relación con el primer tipo con el que se junta al llegar de Australia, alguien con quien claramente no comparte… pues, nada, la verdad. El tratamiento de la relación es mucho más sutil, pero también habla de una particular autodestructiva en la búsqueda de pareja: conformarse con menos. Me recordó muchísimo al primer número musical de Greg en Crazy Ex-Girlfriend, “Settle for Me.”
Entre ambas relaciones, se vislumbra un poco una tendencia a la introspección en la comedia actual, particularmente en televisión: los personajes se autosabotean y lo saben, no son víctimas de situaciones extrañas fuera de sí mismos.

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El género perfecto
Llamar “comedia” a Love es una exageración, sin duda, pero también lo sería llamarla un drama; como muchas series excelentes en este momento, se balancea en ese género mal llamado dramedia. Género que, personalmente, me parece el más adecuado para mostrar la dinámica entre personajes, por una razón muy sencilla: ¿qué relación interpersonal es exclusivamente dramática o exclusivamente cómica?
Mientras la primera temporada de Love nos presenta a dos personas como piezas de un rompecabezas, la segunda se adentra realmente en cómo es el principio de una relación, solo que sumándole el elemento de que la mitad de la pareja tiene problemas de adicción.  
Es una serie encantadora en tanto se reconozca que también es una historia frustrante con personajes profundamente complejos y a menudo desagradables. Ver Love puede llegar a ser un ejercicio de reconocer patrones pasados o presentes, pero algunas de las mejores series en este momento tienen eso.
¿Terminaste de ver Love y buscas algo similar? HBO tiene al menos dos series (que yo sepa) en esta onda: Girls, que da risa y dentera a partes iguales y Togetherness, una dramedia en la que todo el mundo es profundamente miserable. En Netflix están Master of None de Aziz Ansari, la cual cubre muchísimo espacio acerca de la complejidad de las relaciones interpersonales (no solo de pareja), que es un tema que Ansari ha cubierto hasta en libro; y, claro, mi serie preferida, Crazy Ex-Girlfriend, que combina números musicales deliciosos y comiquísimos con un estudio de la salud mental y de la autonegación como motor de relacionarse. Vamos, que quedan muchísimas relaciones disfuncionales por descubrir en televisión, ¡hurra! (?)

Netflix y Marvel: 4 series, 4 reviews

lunes, 27 de marzo de 2017 - Publicado por BabeDeJour en 13:29
Dos años después de que Netflix nos quitara el mal sabor de boca de Ben Affleck como Matt Murdock, ya nos han presentado a los cuatro superhéroes clave del street-level del Marvel Cinematic Universe: Matt Murdock/Daredevil, Jessica Jones, Luke Cage/Power Man y Danny Rand/Iron Fist. Ya tenemos a los cuatro pilares de The Defenders, que en principio debería salir este año, y una idea bastante bien demarcada de cómo está la Nueva York del MCU.
Obviamente cada vez que ha salido una de estas series, en la casa vemos la temporada completa en un fin de semana. Rafa le dedicó un post a Iron Fist cuando la terminamos de ver, pero ya que no he escrito acerca de ninguna de las de Defenders, se me ocurrió hacer un mini review de cada una.

Daredevil (2015)

La primera serie Netflix-Marvel fue probablemente la más impresionante, quizá porque nadie creía que Disney fuera capaz de recrear el nivel de violencia necesario para que Daredevil fuese creíble como adaptación. Lo que tuvimos fue un festival de sangre y oscuridad: el Matt Murdock que nos merecemos.
Charlie Cox brilla como el superhéroe atormentado entre su llamado a la acción y el peso de su culpa católica, y lo acompañan Foggy Nelson (Elden Henson), el respectivo amigo gordito y cómico (arquetipo que en casa llamamos El Carlitos) y Karen Page (Deborah Ann Woll), la rubia hermosa que, como claramente tiene que pasar en una serie de hoy en día, puede valerse sola y no necesita que la rescates (excepto que sí, un poquito).
Daredevil también presentó a algunos de los personajes claves del rincón Netflix del MCU: Claire Temple (Rosario Dawson), quien se ha convertido en el enlace entre todas las series; Frank Castle/The Punisher (Jon Bernthal), el antihéroe salvaje que fue tan exitoso que va a tener una serie propia; Madame Gao (Wai Ching Ho), la poderosa mujer mística; y la organización La Mano, que tiene pinta de que va a terminar siendo la figura antagónica en The Defenders.
Y, por supuesto, Wilson Fisk. Interpretado por el siempre brillante y terriblemente infravalorado Vincent D’Onofrio, Kingpin es probablemente el mejor villano del MCU, con la posible excepción del Loki de Tom Hiddleston. Es un tipo aterrorizador, con profunda influencia y con una fuerza desproporcionada, tanto verbal como física.
No hay duda de que Daredevil, como serie y como personaje, lidera el Hell’s Kitchen de Netflix, y por algo ya tiene aprobada una tercera temporada.
Lo mejor: Wilson Fisk, Frank Castle, Elektra (Élodie Yung), las escenas de acción, la fotografía.
Lo peor: ¿Realmente hay puntos débiles en Daredevil? En la segunda temporada, confieso que me aburrí un poco con el manejo de La Mano, pero en retrospectiva fue una buena forma de presentar una organización que claramente va a ser esencial en la Nueva York del MCU. Y definitivamente estuvo mejor escrita que la segunda vez que aparecieron, pero ya llego a eso.

Jessica Jones (2015)

Si bien Daredevil es una serie de acción, Jessica Jones tiene el espíritu de un film noir. A primera vista, más que una superheroína, Jessica es una reversión de un arquetipo históricamente masculino: el detective alcohólico y con un pasado oscuro, al estilo de Humphrey Bogart en The Maltese Falcon (y más o menos en todo). Claro que Jessica además da unos saltos sobrenaturalmente altos y, bueno, te puede partir el cráneo con un golpe.
Sin embargo, Jessica Jones también es un estudio del trastorno de estrés postraumático, particularmente de mujeres que salen de relaciones violentas… pero su protagonista no busca recuperarse y empoderarse, como suele pasar con este tipo de personajes, sino que sigue el camino de la soledad y autodestrucción; modos de actuar que, en ficción, también son históricamente masculinos. Diría que el personaje al que más se parece Jessica es el hombre más angustioso de la televisión: el Don Draper de Mad Men.
Krysten Ritter interpreta una versión distinta de su Jane en Breaking Bad, pero funciona; Carrie-Anne Moss es su socia/abogada sin alma; Mike Colter hace su debut de Luke Cage como interés romántico/compañero de golpes; Rachael Taylor es la mejor amiga y hermana postiza que Jessica desesperadamente busca alejar; Rosario Dawson vuelve como la enfermera con la mala/buena suerte de siempre estarse consiguiendo superhéroes.
Como pasa en Daredevil, quien más brilla en Jessica Jones es el villano: David Tennant, mejor conocido como Barty Crouch, Jr. y El Décimo Doctor, es a la vez encantador y psicótico. Su superpoder es el control mental a través de un compuesto en su piel: los abusadores son manipuladores por naturaleza.
Lo mejor: la química entre Ritter y Colter, Kilgrave, la actitud de “la vida no vale nada” de Jessica, la relación compleja y realista entre Jessica y Patsy.
Lo peor: hay algunas historias que se expanden un poco más de lo que deberían, y hay momentos que se sienten particularmente lentos para una serie que claramente fue concebida para que los fanáticos la consumieran entera en un fin de semana.  

Luke Cage (2016)



Meses después de encontrarse con Jessica Jones y romper tanto quijadas como muebles con ella, Luke Cage se adentra en Harlem y trata de pasar desapercibido. Encuentra una figura de autoridad que lo lleva por el camino del Bien Común, revive sus respectivas experiencias traumáticas del pasado, queda en la balanza entre si ser el héroe que Harlem necesita o tratar de vivir una vida normal, los malos no lo dejan vivir tranquilo, consigue una buena mujer pero hay algo que dificulta su relación.
Básicamente lo mismo que pasa siempre, pues.
El arco de Luke Cage es más o menos igual al de cualquier otro superhéroe: tiene un pasado oscuro que define sus acciones en el presente, se aleja de todo el mundo para no hacerles daño, es “forzado” a entrar en situaciones heroicas. La historia funciona, sí, pero ya se le empiezan a ver las costuras a la fórmula; sobre todo porque los antagonistas son demasiados y a veces cuesta seguirles el paso.
Ya al principio de la serie, Mike Colter tiene a Luke Cage dominado como personaje, después de aparecer en Jessica Jones. Se le suman Frankie Faison como el barbero/figura paterna, Ron Cephas Jones (que aparentemente está en todas las series) como la voz de la razón, Simone Missick como la detective que busca la verdad, y, nuevamente, Rosario Dawson como Claire Temple. Los “malos” vienen de una familia de criminales, liderados por Mahershala Ali y Alfre Woodard, aunque también con algunos villanos alternativos.
Lo mejor: lo creíble que es Mike Colter como hombre indestructible, Cottonmouth (y la enorme foto de Biggie en su oficina), la música, ver que el tipo que creía que Marcellus Wallace tenía cara de perra sigue sin servir pa’ un carajo.
Lo peor: el “malo” se diluye un poco en el transcurso de la serie, porque en realidad hay varios sets de villanos. Y, claro, está el hecho de que es un poco la misma historia de superhéroes de siempre, solo que ahora es en Harlem y es más hip-hop.

Iron Fist (2017)



Vamos a empezar por el principio: esta serie es la peor de las cuatro. No es que sea lo peor que le ha pasado a la televisión ni mucho menos, pero tiene muchísimos problemas: el guión cojea durísimo, el arco del personaje principal vive en las tangentes y no se desarrolla bien, le sobran horas de metraje que se pudieron resolver en veinte minutos, las actuaciones son bastante mediocres (opino que esto es más por el guión que por los actores), es difícil definir hacia dónde está yendo la historia la mitad del tiempo.
Mientras Luke Cage sufre de cierta indefinición en cuanto a villanos, en Iron Fist es casi patológico: aunque La Mano se mantiene más o menos como la organización detrás de todo, hay un “malo” diferente cada dos episodios, lo que diluye muchísimo dónde mirar. Sí, es una forma maniqueísta de ver el asunto, pero estamos hablando de superhéroes: a menos que estrictamente estés buscando adentrarte en otra temática, como es el caso en Logan, la lucha entre el bien y el mal va a ser un punto central.
Lo mejor: lo bien que fluye la serie en los capítulos del medio, Claire, las escenas de pelea-sexo entre Danny y Colleen (Finn Jones y Jessica Henwick), David Wenham como el billonario codicioso (aunque sea básicamente el mismo personaje de Jeff Bridges en la primera de Iron Man), el regreso de Madame Gao.
Lo peor: de nuevo, Iron Fist tiene muchas patas cojas, pero el guión es la que sufre de polio. Aparte de que todos los personajes hablan con la destreza de adolescentes escribiendo poesía, los dos primeros capítulos y aproximadamente los cuatro últimos se sienten innecesariamente largos, sin rumbo ni desarrollo; pasan cosas, pero a la vez es como si realmente no pasara nada.


All-Around
Estamos hablando de una realidad generalmente muy bien construida: Netflix y Marvel dedicaron presupuesto y buenos artistas en crear una alternativa de menor escala a los problemas cósmicos que vemos en Avengers. Me molesta un poco que, para ser un Universo Cinemático que se supone comprende la suma de sus partes, está claro que lo que sucede en Netflix no afecta realmente lo que pasa en el cine, así que no es que vayamos a ver a Matt Murdock representando a Tony Stark en un tribunal. Pero eso depende más de la burocracia de Marvel Studios que del contenido individual de cada película o serie.
Si la idea es adentrarse por completo en la Nueva York del Marvel Cinematic Universe, se va mejor viendo las series en el orden en que salieron o, de ser posible, en el orden en que salieron las temporadas: la primera de Daredevil, Jessica Jones, la segunda de Daredevil, Luke Cage y Iron Fist.
Si lo que se busca es contenido sólido, está bien saltarse Iron Fist. Es más: en io9 Gizmodo hicieron un resumen, en inglés, de los puntos relevantes de la serie, para quienes buscan saber cómo se conecta a sin tener que bancarse las 13 horas.
¿Buscas entretenimiento cotufero? Disfruta las cuatro, entonces. Todo se desarrolla en el mismo universo que las películas de Marvel Studios y, aunque no haya tantas conexiones directas como me gustaría, sí es divertidísimo ver qué pasa en el mundo después de que un poco de alienígenas casi destruye Nueva York.